20.10.09

Entrevista de Vivaldo Lima Trindade (Brasil)

Rodolfo Alonso

ENTREVISTA DE VIVALDO LIMA TRINDADE (BRASIL)



Tenía apenas 16 años cuando se integró a la legendaria revista argentina de vanguardia Poesía Buenos Aires. A partir de ese encuentro, desarrolló una intensa actividad en poesía, traducción y ensayo. Es una de las voces más reconocidas de la poesía latinoamericana contemporánea.
Publicó, entre otros, en poesía: Salud o nada (1954), Buenos vientos (1956), Gran Bebé (1960), Hablar claro (1964), Relaciones (1968), Hago el amor (prólogo de Carlos Drummond de Andrade, 1969), Señora Vida (1979), Sol o sombra (1981), Alrededores (1983), Jazmín del país (1988), Música concreta (1994, Premio Nacional de Poesía), El arte de callar (Premio Festival Internacional de Poesía de Medellín, 2003). También ensayo y algo de narrativa. Primer traductor de Fernando Pessoa en América Latina (1961). Tradujo también a muchos otros grandes poetas del francés, italiano y portugués.
Ediciones más recientes: El arte de callar (Alción, Córdoba, 2003), Antologia pessoal, bilingüe (Thesaurus, Brasília, 2003), La otra vida, antología (Común Presencia, Bogotá, 2003), Canto hondo, antología (Universidad Nacional de Carabobo, Valencia, Venezuela, 2004), Poesía junta, con prólogo de Juan Gelman (Alforja, México, 2006), La voz sin amo (Alción, Córdoba, 2006), Poemas pendientes (Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 2006). Traducciones más recientes: Estrella de la vida entera, de Manuel Bandeira (Adriana Hidalgo, Buenos Aires, 2003); El banquero anarquista, de Fernando Pessoa (Emecé, Buenos Aires, 2003), Poemas escogidos, de Giuseppe Ungaretti (Común presencia, Bogotá, 2003), Cartas sobre la Poesía, de Stéphane Mallarmé (Ediciones del Copista, Córdoba, 2004), Diálogo del Árbol, de Paul Valéry (Ediciones del Copista, Córdoba, 2004), Mensaje, de Fernando Pessoa, bilingüe (Emecé, Buenos Aires, 2004), Antología poética, de Fernando Pessoa (Argonauta, Buenos Aires, 2005), Aforismos y afines, de Fernando Pessoa (Emecé, Buenos Aires, 2005), Antología, de Carlos Drummond de Andrade (Arquitrave, Bogotá, 2005), Antología poética, de Sophia de Mello Breyner Andresen (Arquitrave, Bogotá, 2005), Escritos autobiográficos, automáticos y de reflexión personal, de Fernando Pessoa (Emecé, Buenos Aires, 2005), No saciada sed, antología de Charles Baudelaire (Arquitrave, Bogotá, 2005), La razón sumergida, de Tabajara Ruas (Emecé, Buenos Aires, 2006).
Distinciones más recientes: Orden Alejo Zuloaga de la Universidad de Carabobo (Valencia, Venezuela, 2002), Gran Premio de Honor de la Fundación Argentina para la Poesía (2004), Palmas Académicas de la Academia Brasileña de Letras (2005), Premio Único de Ensayo Inédito de la Ciudad de Buenos Aires (2005), Premio Festival Internacional de Poesía de Medellín (2006).





VIVALDO LIMA TRINDADE: Su poesía ya fue definida más de una vez como una poesía del silencio. ¿Lo que lo mueve a escribir hoy es lo mismo que lo movía cuando comenzó su obra poética?

RODOLFO ALONSO: En gran medida, sí. Nunca me propuse escribir poesía. Es decir, mis poemas nunca fueron fruto de un proyecto, de una predeterminación, sino más bien acontecimientos. De los cuales yo era el medio, a la verdad bastante ansioso e inseguro. La poesía me ocurre, me sucede. Antes, y ahora. Claro que, con los años, ese instrumento que es uno mismo algo ha de haber madurado. Y, especialmente en prosa, o también oralmente, la inseguridad y la ansiedad comienzan ahora a mostrarse en gran medida manipulables. Aunque nunca del todo, claro. Y la poesía sigue soplando donde quiere, como bien dijo Murilo Mendes. Y cuando quiere, añadiría yo. De allí largos intervalos de silencio y a veces, muy pocas veces, incluso varios poemas al mismo tiempo. Yo me dejo llevar.



V.L.T.: ¿Podría hablar de lo que la revista Poesía Buenos Aires significó para usted y para la cultura de su país?

R.A.: Todavía hoy me resulta arduo separar ambos dominios, el personal y el público. Es que yo me acerqué milagrosamente a Poesía Buenos Aires, superando mi innata timidez, la noche antes de cumplir mis diecisiete años. Con lo cual vine a convertirme, sin habérmelo propuesto, en su miembro más joven. Y esa legendaria revista argentina de vanguardia, absolutamente independiente, cuyos treinta números aparecidos entre 1950 y 1960 sólo fueron posibles gracias a su verdadero inspirador y artífice, Raúl Gustavo Aguirre, fue para mí, en plena adolescencia, una auténtica experiencia de vida y de lenguaje. Y para la poesía argentina moderna, un hito que, también sin habérselo propuesto, sin compromisos y sin dogmas, vino a instalar indudablemente un antes y un después. Tanto en lo que hace a mi propia experiencia personal, como ya a su más amplia significación cultural y estética, siento que puedo reiterar su alcance en dos palabras: fraternidad y exigencia. Todos tenemos derecho a intentarla, pero la poesía es una cosa seria. La más seria, diría.



V.L.T.: ¿Cree que haya mucha diferencia entre vanguardistas y posmodernos? Además, ¿sería posible definir cuáles son las tendencias de la poesía argentina contemporánea?

R.A.: Más que diferencia. Intuyo que, desde mediados del siglo pasado, y en forma por demás creciente, estamos viviendo sin darnos cuenta, estamos inmersos no en un cambio sino en una mutación. A la sociedad de consumo vino a sumarse, potenciada por la incesante renovación tecnológica de los medios de seducción masiva, la que Guy Débord bautizó como sociedad del espectáculo, y el resultado es una “civilización” donde el lenguaje ha dejado por supuesto de ser el centro y cuyo objetivo principal es la formación de consumidores acríticos, cuya ansiedad principal es el acto de compra, por otro lado fuente ineludible de nueva ansiedad. Una de sus más deletéreas consecuencias, es la pérdida de espontánea capacidad creadora de lenguaje por parte del pueblo, de la comunidad. Y, en consecuencia, una devaluación si es que no una deformación de lo que se entendía por poesía. Lamento seguir pareciendo apocalíptico (en medio de este verdadero apocalipsis de la banalidad que nos consume), pero me resulta imposible discernir tendencias en medio de la enorme masa de textos que hoy se exhiben. Es decir, precisamente la ausencia absoluta de tendencias, no sólo en poesía sino prácticamente en todas las artes hoy asoladas por el avasallador totalitarismo de mercado, me resulta un alarmante síntoma de estos tiempos. Fue uno de nuestros más grandes poetas populares, Enrique Santos Discépolo, quien ya en 1935 pudo señalar, en su indeleble tango Cambalache, que “Todo es igual... Nada es mejor...” Y no mucho después, el gran Manuel Bandeira, un hombre cuya alta poesía está indisolublemente ligada con el lenguaje del pueblo, podía animarse a afirmar: “Sin duda no cuesta nada escribir un trozo de prosa y después distribuirlo en líneas irregulares, obedeciendo tan sólo las pautas del pensamiento. Pero eso nunca fue verso libre. Si lo fuese, cualquier persona podría poner en verso hasta el último informe del Ministro de Hacienda. Esa engañosa facilidad es causa de la superpoblación de poetas que infecta ahora nuestras letras. El modernismo tuvo eso de catastrófico: trayendo a nuestra lengua el verso libre, dio a todo el mundo la ilusión de que una serie de líneas desiguales es poema. Resultado: hoy cualquier sub-escribiente de municipio con ataque de celos, cualquier niñita desilusionada del novio, cualquier balzaquiana desubicada en su ambiente familiar se juzgan habilitados para competir con Joaquim Cardozo o Cecília Meireles”. ¿Qué podríamos entonces añadir, nosotros, ahora?



V.L.T.: Dentro de una perspectiva humanista, ¿cuáles son los mayores desafíos para los intelectuales del siglo XXI?

R.A.: El primero es continuar siéndolo. Quienes sean capaces de reflexionar críticamente en medio de esta pesadilla de seductora banalidad universal van a resultar absolutamente imprescindibles. Por otro lado intuyo que, no sólo a los supuestos intelectuales sino, en realidad, a cualquier hombre conciente de su propia condición les va a ser ineludible enfrentarse con gravísimos problemas de supervivencia. Los límites al desbocado capitalismo salvaje globalizado ya no serán exigidos por perspectivas de justicia económica, política o social, sino por elementales razones ecológicas: el planeta no lo soportará. Y las graves consecuencias ecológicas no se limitarán a la naturaleza, a nuestro habitat, sino que ya están afectando –y desde hace mucho tiempo-- a la misma condición humana. Una auténtica perspectiva ecológica no sólo deberá seguir tomando muy en cuenta los daños al planeta sino también, al mismo tiempo, el costo que todo ello ha tenido para nosotros, los seres humanos, en cuanto especie.



V.L.T.: Y la Internet, ¿no sería un espacio de mayor democratización, de mayor actuación política e intervención artística?

R.A.: Me temo que no. No me parece que la Internet sea inocua, incluso en sí misma. Y, por otro lado, es evidente, está inscripta en el marco general al que alude mi respuesta anterior. En estos temas, he vuelto a coincidir con mi admirado y querido amigo Tomás Maldonado, cuya Crítica de la razón informática (Paidós, Barcelona, 1998), editada originalmente en Italia y donde prácticamente agota el tema, acabo de releer: “estimo más probable que un acceso indiscriminado a la información pueda conducirnos en realidad no a una forma más avanzada de democracia, sino sólo a una forma más sofisticada de control social y de homologación cultural”. Como él bien dice, no es que uno se oponga a los beneficios que las nuevas tecnologías pueden aportarnos, sino que nos negamos a suspender con respecto a sus consecuencias una permanente actitud de evaluación crítica. Bien sé que gente incluso bienintencionada imagina que una sociedad altamente informatizada podría conducirnos más cerca de una mayor democracia, más directa, más profunda. Pero no deja de inquietarme por demás, junto con Maldonado, que “Con el fin de publicitar tal escenario, las grandes multinacionales de la información y de la comunicación han puesto en marcha una muy eficiente maquinaria de consenso político-cultural y comercial.” Para sintetizarlo, con extrema claridad, en una simple nota al pie de página: “O sea, cómo los propietarios de los medios condicionan los mensajes.”



V.L.T.: Usted también se destacó como traductor. ¿Cual poeta le presentó mayores dificultades y cual le agradó más?

R.A.: Aunque lo he intentado desde siempre, cosa que por un lado me parece humanamente irrenunciable, bien sé que la traducción de una gran poesía lograda en otra lengua será siempre una utopía. Como bien dijo Carlos Mastronardi: “Todo es traducible, excepto el lenguaje.” Yo sólo puedo encararlo con poetas y lenguas ante los cuales me siento en empatía (francés, italiano, portugués). Es decir que, aunque me lo propongan, he renunciado a Mallarmé o Leopardi, por ejemplo. Me atreví en cambio con Ungaretti, Baudelaire, Éluard. Me sentí cómodo con Pessoa, Pavese, Apollinaire, Drummond de Andrade, Prévert, Murilo Mendes, Pasolini. Internarme en Manuel Bandeira, sólo en apariencia tan accesible, fue leerlo mejor, más a fondo, por dentro. Cosa que, después de todo, es la que justifica todo intento legítimo de traducción de poesía.



V.L.T.: El pasado año usted ganó muchos premios, tanto en Argentina como en Brasil y Colombia. ¿Cuáles son sus planes para el futuro? ¿Guarda alguna obra inédita o en curso?

R.A.: Nunca me ha parecido razonable que la dimensión de una obra se mida apenas por los galardones que recibe. Sé bien cuanto de azar, de coincidencia, puede haber en estas cuestiones. Para mí los premios sólo admiten relevancia cuando se han generado espontáneamente, sin estrategia y sin astucia. Y de manera especial cuando los producen colegas, escritores, que uno muchas veces ni conoce. Como bien reiteró Paul Valéry: “La más grande gloria imaginable es una gloria que permanecerá siempre ignorada de aquel que la obtiene” o, mejor aún, “La gloria debe obtenerse como sub-producto.” En forma más modesta, pero acaso más precisa, también lo anticipó José Pedroni: “La gloria es un verso recordado.” El generoso, invalorable reconocimiento de mi querido Brasil ha sido una de las emociones más grandes de mi vida: un auténtico caso de amor correspondido. Por cierto, un verdadero escritor siempre ha de tener algo inédito, que no se anima a publicar. Pero yo necesito que los poemas, por ejemplo, me digan ellos mismos, me hagan sentir si han adoptado ya forma de libro. Y eso me hace esperarlos, darles su tiempo. En mi caso particular, por otro lado, hay además una cierta cantidad de textos en prosa, muchas veces de circunstancia o de intervención, que me piden no desaparecer con las páginas de revista o de periódico donde por lo general fueron publicados. Una parte de ellos han vuelto a tomar recientemente forma de libros: La voz sin amo es uno, y el otro República de viento, que ya están en proceso de edición. Me encantaría, y a la vez me aterra, me paraliza, que hubiera editor para continuar publicando mi poesía completa, de la cual ya ha aparecido milagrosamente un primer tomo, que reedita mis seis primeros libros, y cuyo título: A favor del viento, imagino acaso para todo el conjunto. Me produce una enorme alegría que antologías de mi poesía sigan apareciendo en queridos países hermanos: la más reciente en México, y hay dos previstas en Chile y Venezuela. Dirán los dioses. Yo me dejo llevar.

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